Jesús es la encarnación de la misericordia divina. Nos ofrece perdón, nos llama a la conversión y nunca rechaza al pecador arrepentido. Sin embargo, sería un error pensar que su misericordia significa indiferencia hacia el pecado. Él es también el Justo Juez, el que conoce lo más profundo de nuestro corazón y no puede ser engañado. La misericordia invita a levantarse, pero la justicia asegura que cada acto tendrá consecuencias. Quien rechaza la gracia y persiste en el mal, se enfrenta al juicio. Por eso, amar a Jesús es responder con conversión sincera, confiando en su amor y respetando su santidad.
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